domingo, 27 de noviembre de 2011

NEIL YOUNG


HEY BABE

Hey babe,
Say you're mine, all mine.
I need it oh so bad.
Hey babe, hey babe.
I know that all things pass.
Let's try to make this last.

Oh, can you see
My love shining for you?
Oh, can you see
My love shining for you?

Hey babe, can I count on you
To see me through?
Hey babe, hey babe.
All I need is your love
And the stars above.

Oh, can you see
My love shining for you?
Oh, can you see
My love shining for you?

Hey babe,
Say you're mine, all mine.
I need you oh so bad.
Hey babe, hey babe.
I know that all things pass.
Let's try to make this last.

Oh, can you see
My love shining for you?
Oh, can you see
My love shining for you?

Hey babe,
I know that all things pass.
Let's try to make this last.

domingo, 20 de noviembre de 2011

TONI CATANY

Fotografía: Toni Catany.


“Cantan los grillos y las cigarras, a veces salta una liebre, en los campos solitarios. Una mujer, arrugada, mete el pan en el horno. Un hombre cava, muy lentamente, alrededor de un ciruelo, para que si caen algunas gotas no se pierdan. Lía un cigarrillo de pota, maloliente, un cigarrillo delgado. Lejos, pasa un carro cargado de paja. Se suceden las colinas y los bancales, isla adentro, sin un alma, desértica.”

BALTASAR PORCEL: Viaje a las Baleares menores.

jueves, 17 de noviembre de 2011

FERNANDO MOLERES











PEREGRINACIÓN A LALIBELA



"No quiero escribir más acerca de estas obras, porque temo que si escribo más, nadie me va a creer... Pero juro delante de Dios, en cuyas manos estoy, que todo lo que escribí es verdad y que la verdad es mucho mas de lo que he escrito."

FRANCISCO ÁLVARES (1515)

lunes, 14 de noviembre de 2011

THE WATERBOYS


"Los Waterboys suenan en el casete del coche y todo parece perfecto. Mientras rodamos por la carretera, sentimos que el mundo es un lugar que está por descubrir y nosotros tenemos dieciocho años y las fuerzas suficientes para emprender cualquier cosa que se nos antoje."

EDUARDO JORDÁ: Canciones gitanas.





I pictured a rainbow, you held it in your hands
I had flashes but you saw then plan
I wandered out in the world for years while you just stayed in your room
I saw the crescent, you saw the whole of the moon
The whole of the moon

You were there in the turnstiles with the wind at your heels
You stretched for the starts and you know how it feels
To reach too high, too far, too soon
You saw the whole of the moon

I was grounded while you filled the skies
I was dumbfounded by truth, you cut through lies
I saw the rain dirty valley, you saw Brigadoon
I saw the crescent, you saw the whole of the moon

I spoke about wings you just flew
I wondered I guessed and I tried, you just knew
I sighed and you swooned
I saw the crescent, you saw the whole of the moon
The whole of the moon

With a torch in your pocket and the wind at your heels
You climbed on the ladder and you know how it feels
To get too high, too far, too soon
You saw the whole of the moon, the whole of the moon, hey yeah

Unicorns and cannonballs, palaces and piers
Trumpets, towers and tenements, wide oceans full of tears
Flags, rags, ferryboats, scimitars and scarves
Every precious dream and vision underneath the stars

Yes, you climbed on the ladder with the wind in your sails
You came like a comet, blazing your trail
Too high, too far, too soon
You saw the whole of the moon

sábado, 12 de noviembre de 2011

RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN



UNA VISITA AL CONVENTO DE GONDARÍN

Después de los años que han pasado, la memoria que guardo de las ruinas del convento de Gondarín, aseméjase, por la vaga nebulosidad y melancólica saudade que la envuelve, a las tintas tenues y difuminadas que adquieren las lejanías en los paisajes de mi tierra. Como en ensueños recuerdo aquella navegación por el río, en la vieja y negruzca barca que, engalanada de mirtos y de flores, traía a mi mente el recuerdo de aquellas otras de la antigua Grecia que conducían a los héroes de Atenas a la patria, cuando volvían del ostracismo.

El sol de un día espléndido se ostentaba como disco de bruñida plata en un cielo sin nubes, y bajo sus abrasadores rayos parecían pompear las brillantes plateadas ondas del río, que se ofrecía a lo lejos con efectos cambiantes, surcado por no más de una vela que, en medio de aquella atmósfera de fuego, adquiría tenues visos dorados como de mieses agostadas en la era.

Una hora de navegación llevaríamos, cuando varada la barca en un remanso que formaba el río, sobre el cual juntaban en aquel sitio su frondoso ramaje los corpulentos y retorcidos sauces que había en una y otra orilla, tomamos a pie el camino pedregoso y solitario que desde allí conduce al convento; y aún no habíamos traspuesto la húmeda junquera por que atraviesa la senda, cuando distinguimos en una hondonada, medio oculta entre los árboles del paisaje, una sombría mole de ruinas que negreaban entre los verdes múltiples tonos del follaje.

La impresión que entonces he sentido se conserva todavía viva en el fondo de mi alma, y los años que han pasado sólo han conseguido prestarle mayor tinte de poética vaguedad. Atrás, en la ribera del río, acababa de ver hacía un momento un dolmen caído y saqueado; ahora tenía delante las venerandas reliquias de un convento: el altar de los celtas de la antigüedad, y el de los nuevos: los dos abandonados y ruinosos; los dos sin sacerdotes y sin culto. Ya no poblaban aquellas soledades las sombrías y ascéticas figuras de los frailes que vestían el tosco sayal y hacían penitencia; ya no subían por la orilla del río al mediar la noche los vates druidas que, ceñidas las blancas vestiduras de lino, iban a celebrar los cruentos sacrificios sobre la tosca piedra de sus dólmenes que el muérdago cubría. ¡Ídolos, ritos, sombras augustas, todo había pasado con los siglos! Sobre aquellas ruinas, tocadas de la inmensa soledad de las almas muertas y sin afectos, parecía vagar un espíritu sublime y misterioso que, protegiéndolas con sus alas, las hacía sagradas. ¡El tiempo, que les prestaba, con la majestad de las grandezas caídas, el romancesco prestigio de todo lo pasado! Nunca como entonces pudieran con más razón ser recordadas y repetidas las palabras del poeta monje:

Era un templo, era un altar,
donde llora el desvalido,
yo lloré; volví a pasar
y era polvo consumido
que también me hizo llorar.


Allí quedaba, como único recuerdo de un sacerdocio ya extinguido, la encina sagrada a la cual la superstición popular aún concede no se qué hechiceras virtudes; de las sublimes grandezas del otro culto, como eterno cantar que las pregona, quedaba el murmurar gentil de la fuente milagrosa que brota al pie del sagrado baptisterio y cuyas aguas van a beber las mujeres que se sienten heridas del mal cativo murmurando con todo el fervor de sus almas campesinas:

Milagrosa santa yagua
sana este mal que me magua.


En medio de tantas grandezas caídas quedaba en pie el altar cristiano ante el cual en la fiesta del glorioso tutelar aún se quema incienso de los sacrificios que se extiende en tenues ondas por las naves de la iglesia convertida en rectoral, y sube hasta los pies del Cristo bizantino que lívido, desmelenado y sangriento, inclinada sobre el hombro amoratado la faz cadavérica que respira misticismo, contrasta en su sublime tristeza con la visión esplendorosa del retablo, verdadera orgía de dorados y molduras, entre los cuales se destacan con prodigalidad infinita los pesados racimos de la eterna vid de los retablos churriguerescos, que trepa y se enrosca a las columnas, sostenidas por aladas cabezas angélicas que asoman sonrientes envueltas entre nubes áureas como los celajes de aquel hermoso día de estío, que al abandonar el convento nos enviaba el último adiós.

Cuando llegamos a la ribera anochecía ya bajo los sauces a que estaba atada la barca, la cual un momento después se deslizaba, sin remos ni velamen, arrastrada por la corriente que la llevaba al mar. En tanto que la luna, semejante a esas aladas cabezas angélicas que los pintores místicos de la Edad Media tanto prodigaron en sus lienzos, parecía salir de entre las ondas que alzaba en blando movimiento la brisa de la noche.

(Colaboraciones periodísticas)

CASPAR DAVID FRIEDRICH: Abadía en el robledal, 1809