miércoles, 8 de febrero de 2012

GUSTAVE MOREAU


"Se erguía un trono semejante al altar mayor de una catedral, bajo innumerables bóvedas sostenidas por columnas rechonchas y por pilastras románicas, esmaltadas de ladrillos policromos, guarnecidas de mosaicos, incrustadas de lapislázuli y de sardónices, en un palacio comparable a una basílica y a la vez musulmana y bizantina.

En el centro del tabernáculo que había encima del altar precedido de gradas en forma de semicírculos entrantes, estaba sentado el tetrarca Herodes, tocado con una tiara, las piernas juntas, las manos sobre las rodillas.

El semblante era amarillo, apergaminado, surcado de arrugas, diezmado por la edad. Su larga barba flotaba como una nube blanca sobre las estrellas de pedrería que constelaban el ropón de orfebrería ceñido a su pecho.

Alrededor de esta estatua, inmóvil, fija en una postura hierática de dios hindú, ardían perfumes, despidiendo nubes de vapores que agujereaban, como ojos fosforescentes de animales, los fulgores de las piedras engastadas en las paredes del trono. Luego el vapor subía y extendíase bajo las arcadas, en donde el humo azul se mezclaba al polvo de oro de los grandes rayos de luz caídos de las cúpulas.

Entre el olor perverse de los perfumes, en medio de la atmósfera sobrecargada de este templo, Salomé, con el brazo izquierdo extendido en un gesto de mando, con el brazo derecho plegado y sosteniendo a la altura del rostro un gran loto, avanza lentamente sobre las puntas de los pies, a los acordes de una guitarra cuyas cuerdas pulsa una mujer en cuclillas.

Con la faz recogida, solemne, casi augusta, comienza la lúbrica danza que ha de despertar los sentidos amodorrados del viejo Herodes. Ondulan los senos de Salomé, y al roce de sus collares que se arremolinan, yérguense los pezones. Sobre el sudor de su piel titilan los diamantes sujetos a ella. Sus brazaletes, sus cinturones, sus sortijas, espupen chispazos. En su traje triunfal, ribeteado de perlas, rameado de plata, laminado de oro, la coraza de orfebrerías, cada malla de la cual es una piedra, entra en combustión, crece con serpenteos de fuego, bulle sobre la carne mate, sobre la piel rosa té, al igual que insectos espléndidos con élitros deslumbradores, jaspeados de carmín, moteador de amarillo aurora, esmaltados de azul acero, listados de verde pavo real.

Reconcentrada, con los ojos fijos, semejante a una sonámbula, no ve ella al tetrarca, que se estremece, ni a su madre, la feroz Herodías, que la vigila, ni al hermafrodita o eunuco que se mantiene al pie del tronco empuñando el sable, una terrible figura velada hasta las mejillas, y cuya teta de castrado cuelga, lo mismo que un calabacino, bajo su túnica veteada por franjas de color naranja."

JORIS-KARL HUYSMANS: Al revés.

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